Alguien, en algún momento, en algún lugar, dijo que «ser fuerte» era no dejarse vencer por las emociones, no sentir, solo pensar y hacer. La racionalización parecía algo particular del siglo presente, y aquello sonaba tan acertado como creíble… casi.
Pero, ser fuerte se utilizaba casi como sinónimo de «aguantarse», de tragarse las emociones y aparentar frialdad y casi superioridad ante una situación. No, no, no. Así no.
Ser fuerte es reconocernos, con todo lo que ello implica. Es ver nuestros logros y nuestras derrotas. Es ver nuestras cualidades y limitaciones. Observar tanto objetiva como intersubjetivamente las circunstancias que nos rodean, pero sobretodo, preguntarnos: ¿Qué de mí influyó para encontrarme en este lugar, con estas personas, ante esta situación y no otra? El contexto en el que vivo no depende de mí, pero, ¿qué parte de mí, me permitió vivir esto, tanto positivo como negativo?
Ser fuerte es aceptarnos, como seres dinámicos y en constante evolución. Como seres vulnerables y resilientes. Aceptarnos con cada emoción y sentimiento que aparezca de por medio, tanto negativo como positivo.
Ser fuerte es mirarse a uno mismo y permitir
se sentir, sentirse.
-Blueberry