La vio a lo lejos y juró que su locura le había hecho creer que aquello era más que mera atracción en el momento más banal.
Camino aún más rápido y solo pudo fingir que su corazón y ansiedad seguían como si nada. Hubiera volteado, de verdad, pero sus sentimientos confusos le aprisionaron con dureza.
Quizá, de haber tenido unos minutos más, de haber sentido todo menos o de haber ignorado más, hubiera volteado. Quizá la vida sería distinta…
Ya le había dado vueltas suficientes. Lo había intentado innumerables veces. Incluso lo había justificado tratando de darle alguna explicación. Pero en el fondo ahora sabia que jamás hay salidas o soluciones fáciles.
Todos hablaban de dejar expectativas y dejar todo fluir. Fluir. Decían que solo así las cosas llegarían en su momento y la situación encajaría a la perfección. La vida, las relaciones, el trabajo…
Pero ya lo había intentado tanto y no funcionaba. ¿Que dejar todo fluir no involucra el abandono de la responsabilidad? ¿Y el dejar las expectativas no involucra dejar metas y planes concretos?
Casi como si la vida arreglara y organizara todo mágicamente. Magicamente.
«Fluir» conlleva una fantasia mágica, una distancia con la realidad, con uno mismo y los otros. Una condena a la decepción.
Y es que las cosas no son resultado únicamente del azar. Las cosas suceden porque las imaginamos y porque nos responsabilizamos de ello. El futuro se construye tras planearlo, organizarlo y adaptarse a las situaciones.
La vida no fluye, avanza. Las cosas no se van acomodando, nosotros las vamos creando y organizando.
Y ahora, después de bastante camino podía tener la certeza que no deseaba una vida, una relación o una amistad que fuera fluyendo; deseaba construir y planear, necesitaba hacer que aquello que esperaba realmente sucediera, manteniendo un equilibrio entre su auto exigencia y los límites reales.
Había pasad ya tanto tiempo que los recuerdos eran confusos, pero lo que se negaba a quedar atrás eran las sensaciones que se habían despertado desde entonces, nada agradables. Era imposible pensar que en eso se resumía el trauma, sensaciones que ni siquiera tienen una imagen clara, solo lo que generó.
Ya había pensado en todo y el resultado siempre terminaba en lo mismo, una desolación poco comprendida. Sin embargo, de lo que sí estaba seguro era de la improbabilidad de borrar todo rastro de aquel trauma. Solo quedaba vivir con el. Y ahí todo se ponía más complicado porque entonces surgía la indecisión de querer vivir así. ¿Valdría la pena? ¿Tendría un objetivo? ¿Sería la correcto?
Ya era demasiado tarde para continuar hablando. La gente no lo entendía y otros pocos daban las mismas respuestas genéricas. Así era la gente, pocas veces sabían qué decir y recurrían a respuestas comunes y socialmente aceptables. No ayudaba en nada, ni siquiera a sentirse sentido.
Aunque ya no era tan intenso el dolor, sí que pesaba. Pesaba seguir sintiéndose inadecuado, poco, sin suficiente valor. Las lágrimas sabían a lo mismo, ya no sorprendían ni despertaban gran cosa más que la costumbre. Quizá así sería esta vida.
No podía borrar todas aquellas escenas dolorosas de su vida y su pasado, solo quedaba aceptarlo, abrazar los poco recuerdos y lo que dejó a su paso. Quizá algún día nuevas escenas aparecerían y lo harían más entendible.
“Hay una historia detrás de cada persona. Hay una razón por la que son lo que son. No es tan solo porque ellos lo quieren. Algo en el pasado los ha hecho así, y algunas veces es imposible cambiarlos”.
El tiempo no perdona. Avanza. Nada lo detiene. Pero ello poco o nada tiene que ver con la posibilidad de reorganizar nuestro sentir, nuestra historia de vida, lo vivido… lo callado…
No hay inicio sin un final. No hay final sin conciencia de ello. No hay conciencia sin dolor. Y el dolor siempre acompañado de la capacidad de reflexión e integración.