Que fortuna esta vida

Que fortuna esta vida y estos sueños. El aire se sentía ligero y un poco cálido en la piel. El tiempo pasaba tranquilamente, calmando todo, haciendo que el pasado quedara más tenue.

Y es que se trataba de la seguridad que generaba el saber que no estaba sola, que siempre habría alguien ahí a pesar de que todo lo demás se fuera a derrumbar. Y es que la vida es así, ¿qué más dá? Mientras sigamos soñando juntos, entre suspiros, lágrimas suaves y risas.

-Blueberry

Microrrelato: Huérfana emocional

Nada le faltó cuando creció. Además, ¿cómo sabe un pequeño de carencia si su realidad es su normalidad y no hay comparación? Tuvo padres, que nadie les enseñó a ser padres. Pero siempre estuvieron. O medio estuvieron.

Siempre fue tímida. El miedo al rechazo, humillación y burla siempre la acompañaron, como tenues sombras, como un suéter incómodo que abraza y del cual no te puedes desprender. Claro, aparentando siempre lo contrario, vistiéndose de mil colores que distrajeran toda la atención de sus ojos. Aprendiendo las risas de sus amigas y los ademanes perfectos para encajar. Sobreviviendo. Y funcionó. No estaba sola, pero no era lo mismo.

En casa siempre tuvo miedo de que la vieran mal, de que la despreciaran. Su cerebro estaba programado a esperar eso, naturalmente, a ser criticada. Así que se alejaba, la soledad le sabía mejor. Era más seguro. ¿Cómo iba a confiar en alguien? ¿Cómo iba a tener la estúpida idea de abrirse con alguien si ya sabía que nunca habría respuesta del otro lado? Ahí, donde se suponía que debía de sentirse ella misma en su totalidad, no era. No era ni la mitad de lo que debía ser. Creció sin el derecho de sentir, de llorar, de encolerizar. Siempre a media voz.

Vaya, era fácil confundir su mirada. ¿Enojo con el mundo? ¿Tristeza, desdén, indiferencia? ¿Apatía quizá? ¿Llegaba a estar feliz de verdad cuando sonreía?

Desde luego que no estaba sola. Estaban sus papás. Pero llamarles padres parecía no llenar por completo la categoría. «No tienes razón para estar mal, tienes todo», típica frase del hogar. Claro, y no era mentira, no le faltaba nada, tenía tanto, pero tan poco, o casi nada, emocional. No había refugio para sus emociones, para su sentir, para sus preocupaciones. Sus lágrimas jamás cayeron en algún hombro cálido. Siempre en la almohada, siempre en su mano fría.

Tuvieron que pasar años y años para que le pusiera un nombre. Le ayudaron de hecho, pues no era fácil nombrarlo. Huerfana emocional. Porque tener todo no es tenerlo todo.

-Blueberry

30 años

Todo era intenso a los 20 años. El ruido jamás se apagaba y todo era impaciencia. No pensaba, solo sentía y actuaba.

Soñaba con que el tiempo lo arreglaría un día. Con que todo fuera mejor. Pero el tiempo no curó nada.

Aprendí a que uno tiene que resolver sus propias sombras y cicatrices, y mejor si es en compañía. Pero no cualquier compañía. Con alguien que te haga sentir escuchado, visto y profundamente comprendido. Con alguien que te haga sentir que el mundo no es tan terrible como siempre se sintió.

Aprendí que aquellas cosas que anhelaba antes ya no tienen tanto sentido. Ahora quiero tranquilidad, vínculos íntimos, seguridad, confianza, salud.

El ruido ya no es tan fuerte ahora. Es tolerable.

Ya no se trata de una felicidad ensordecedora. Se trata de una felicidad que de paz y tranquilice el corazón.

Ya te contaré qué pasa en 10 años más…

-Blueberry

Microrrelato: De nada servía odiarla

No hubo madre en su vida. Había un papá, Medio padre a decir verdad. Mitad con ella, mitad con su nueva pareja y sus nuevos hijos. Se quedó en el limbo y jamás supo cómo llegó a pasar. Nunca supo ponerle palabras a eso que sentía hasta que fue ya bastante adulta. Vacío. Tenía ya más de 20 años cuando pudo descifrarlo, medianamente descifrarlo. O más bien eso creyó cuando en realidad no había visto más allá de su visión inmediata.

Su risa era contagiosa, su sonrisa enorme. Ocultaba bien la profunda tristeza que había en ella. Su carisma ensordecía y no dejaba ver la intensa envidia que siempre la ahogaba muchas veces por las noches. Los hombres, tantas veces solo de paso, lo creían fácilmente, no curioseaban más.

Tenía años perdida mentalmente, se aferraba a las cosas, personas y recuerdos. Lo anhelaba con desesperación sin poder aceptar que ya no era. No aceptaba las pérdidas. Ya eran varios años desde que no dejaba de soñar con alguien, pero se negaba a aceptar el hecho de que aquella persona ya no era persona, era solo una idea en su cabeza. La fantasía de lo que fue.

Porque los seres humanos así somos. Inmortalizamos y estúpidamente idealizamos todo lo que no está y ya fue. Ella deseaba una idea, un recuerdo efímero. Ansiaba un futuro que ya era polvo.

La gente la veía feliz, normal, todo iba como se suponía que debería de ir. Nadie sabía. Ella seguía volteando atrás y viendo a lo lejos. Con un pie en el pasado y otro en el presente. Estando a medias. Envidiando colericamente. Él estaba mejor, tenía una vida inimaginable. Una vida que jamás hubiera podido tener junto a ella. ¿Por qué no? ¿Por qué no con ella? ¿Por qué no le tocó todo lo bueno, lo envidiable? ¿Por qué no la rescató? ¿Por qué el abandono? ¿Por qué nunca llenó su vacío?

Se le podía querer tan fácilmente con esa risa y ojos maniacos. Hacía sonreír, hacía que cualquiera se sintiera importante, querido. Pero también se le podía odiar fácilmente conociendo su intensiones envidiosas y perversas. Si no eras de su agrado, eras su enemigo. No era mala ni buena; era humana.

De nada servía odiarla. Estaba sola, abandonada, siempre había querido pertenecer. Solo fantaseaba con ser salvada, amada, cuidada. Como cualquier otro ser humano, como cualquier mortal.

Habría que perdonarla. Y perdonarla de verdad.

Solo quedaba desearle felicidad genuina y esperar a que renunciara a su envidia, a su pasado e ideas poetizadas que ya no eran de ella. Solo quedaba desear que avanzara, que reparara de verdad. Que se detuviera a ver a su presente real. La envidia y el pasado ya no la podían seguir cegando.

Que sea feliz y deje ser feliz. Genuinamente feliz.

Ya estamos bien.

-Blueberry

Estas lágrimas de polvo

Cuantos días pasaran hasta que volteemos atrás. Recordaremos algo que algún día calaba hasta la respiración. ¿Habrá valido la pena? ¿Será triste, conmovedor, tierno? ¿Será que despertará una enorme compasión por uno mismo?

¿Cuánto tiempo nos tomará darnos cuenta que cargamos con cosas, pensamientos, sentimientos o situaciones con las que no ganamos nada con apretarlas bastante dentro de nuestro pequeño ser? Va, como si no se convirtiera en la misma sombra de la cual no nos podemos deshacer…

Estas lágrimas ya no son nuevas, llevan polvo del pasado, espesan.

-B

¿Y si lo que es, no es?

Estábamos rotos y asustados. Hubiéramos creído cualquier cosa que nos regalara un hilo de esperanza por más incrédulo que fuera. Y no estaba mal. Así debía de ser. Solo tratábamos de acomodar un rompecabezas sin principio ni fin. Solo tratábamos de avanzar y despegar pensamientos innecesarios y sentimientos olvidados.

¿Y si lo que es, no es?

Microrrelato: Artificial

Todo se sentía artificial. El aire iba en calma y la vida parecía ir a un ritmo lento. Ella caminaba pero sus pies no se sentían como si fueran suyos completamente. Ahora, caminando lento y sin ninguna prisa se preguntaba cómo era que había logrado sobrevivir a todo. No hacía más de dos años que su única escapatoria parecía haber sido desaparecer, y hoy la vida se veía como todo un sueño nuevo con algún tipo de futuro no muy lejano. Costaba creerlo.

Soltó una risa para ella. Pensó que la vida tenía tantas y tantas contradicciones y paradojas. Ahora parecía que iba entendiendo un poco.

Había estado durante mucho tiempo corriendo de todos aquellos traumas, ignorándolos, negándose a escucharlos, que simplemente jamás se detuvo a pensar qué había pasado realmente. Era como si todo lo que había vivido no estuviera en su cabeza, en recuerdos, sino que se mantenía vivo en su piel, en las sensaciones. Nunca fue pasado, solo seguía y seguía en el presente. Estaba en la mirada de otras personas, en sus comentarios, en sus sueños o simplemente detrás de ella.

Y justo esa era la paradoja. Ente más trata uno de escapar y de correr de todo el dolor, creyendo que quedará en el pasado y podrá seguir adelante «como si nada hubiera pasado», más se aferran esas experiencias. Se rigidizan y persiguen a uno. Te siguen como una sombra y hasta se hacen parte de ti. Y es que no podemos escapar. Hasta que las aceptemos como parte de nuestra historia y reconozcamos todo ese dolor, hasta que lo compartamos con alguien más y lo hagamos más real, hasta que seamos capaces de asumir esa responsabilidad, solo entonces va quedando en el pasado…

Nunca hubo formulas mágicas. Era tan simple y complejo como eso.

Todo aquello que ella había evitando pensar, hablar y sentir por tanto tiempo, ahora lo veía de otra forma. Podía pensarlo y verlo sin que el dolor la aplastara. Ya no dolía… tanto.

Y justo eso era lo artificial. Se había acostumbrado a correr, a defenderse de fantasmas inexistentes, que ahora, al abrir realmente los ojos le costaba creer. ¿Acaso siempre había brillado así el cielo? Aquellas palabras denigrantes, aquellos gritos y lágrimas se sentían lejanas. Ahora solo eran una cicatriz familiar, eran una historia contada con otra voz. Quizá no se trata de sanar solamante, sino asumir.

Era artificial, pero real.

-Blueberry

Cuento corto: Sonrisas abstractas

Había sido un sueño horrible en donde nada parecía estar bien y su único acompañante era su soledad. Había estado rodeada de pura oscuridad y trataba de perseguir desesperadamente la única luz tenue que se veía a lo lejos. Cuando despertó, casi sin respiración, se alivió al instante al darse cuenta de que aquello reflejaba seguramente puras inseguridades infantiles o alguna otra cosa sin importancia.  Nada que un buen café por la mañana no pudiera resolver. 

De pequeña, su padre se había ido de casa y, durante mucho tiempo, lo acusó por toda su mala suerte. Pasó años en su adolescencia preguntándose qué había tan horrible en ella que hubiera hecho que esa figura de supuesta protección la dejara sola con una madre incapaz de entenderla y protegerla. Su madre jamás le dio explicaciones y, aunque se esforzó casi de forma sobrenatural, no logró escuchar la verdad de aquellos labios. Con el tiempo se cansó, como es natural, y simplemente asimiló la idea de que su padre no tenía valor alguno como persona al no haberse hecho responsable de su paternidad.

Sin embargo, con el tiempo aprendió a ser fuerte y a hacerse la idea de que no valía la pena pensar en alguien tan insignificante como su padre. Se dio cuenta de que había más personas que estarían a su lado pasara lo que pasara.  Así, un buen día decidió cambiar su suerte y, como resultado, una sonrisa efímera se fue grabando en su cara, siempre acompañada de risas contagiosas y una visión positiva de las cosas. Después de todo, llorar nunca solucionó nada. Solo quedaba vivir y esperar lo mejor cada día y aceptar todo lo que fuera a llegar. Quizá, solo quizá, eso era la felicidad, una decisión consciente tomada día con día, suspiro tras suspiro.

De alguna manera lo había logrado. Todo cambió. De haber crecido en un ambiente solitario, con su madre criticando o ignorando cada movimiento que hacía, había pasado a una vida de independencia y distancia de su núcleo familiar. A veces, la familia no siempre es el espacio más seguro y hace falta tomar medidas para salvaguardar la esencia interior que cada persona posee. A veces solo basta con decidir estar bien.

Aquel día era uno más. Iría a una fiesta y se encontraría con el chico con quien había salido por años. Se habían conocido por casualidad hacía tiempo en una fiesta a la cual ninguno de los dos había planeado ir y, por suerte, la química surgió en segundos. Le había sorprendido tanto la sensación de calma y confianza que se creó entre ellos, que incluso terminó contándole esa misma noche todo sobre su historia de vida y sus diferentes sueños, anhelos y dolores. Él entendió todo perfectamente y la abrazó casi como si en aquel instante tratara de borrar todas las ausencias grabadas en su piel. Ella no se cansaba de sus brazos y de cómo su voz en silencio le confesaba tantas veces su admiración por ser una persona tan alegre, segura y jovial, a pesar de todo. ¿Había algo mejor?

Sabía que había quienes no creen en el amor a primera vista, pero ella sentía que, si se trabaja un poquito, cualquiera lo podría tener. Su relación había sido especial, él estaba para ella y ella para él, sin importar las cosas. Era como una especie de contrato no dicho que aún así habían prometido cumplir.

Sin duda esa relación no era la que había traído su felicidad, pues ya lo era desde tiempo atrás, pero le agregaba un peso más. Sus amigas la admiraban y se fascinaban con su personalidad y forma tan particular de ver la vida. Era risueña, fácil y muchas veces empalagosa; no perdía las oportunidades para abrazar a sus amigas y ayudarlas en lo que necesitaran. Les recordaba continuamente cuánto las quería y las apreciaba. Podía incluso llegar a ser como una madre que apoya a sus hijos en un juego de fútbol y les grita y aplaude desenfrenadamente desde las gradas. Todos la adoraban y terminaban encantados por su calidez y optimismo. Si, cálidamente contagiosa, aún cuando había quienes podían envidiarla y repudiarla desde lejos. 

Hacía unas semanas había tenido una discusión con su novio por algo insignificante que ella sabía que se podía resolver con un par de besos y abrazos. Entendía que la discusión había sido por un malentendido, pues él había leído en su celular algo que no le había agradado. En realidad no había ninguna mala intención por parte de ella y todo era cuestión de dialogar para poder estar felices como siempre. Sabía que él en ocasiones podía ser testarudo e incapaz de entender formas. Aquel día tenía la certeza de que todo se arreglaría, como ellos siempre habían hecho antes. Un abrazo, dos besos y tres suspiros. 

Unos días atrás le había contado a una muy buena amiga toda la situación con su pareja. Ella la había escuchado con detenimiento y respeto, pero la expresión que salió sin filtro de su rostro la dejó desconcertada. Si pudiera plasmar tal cual lo que evidenciaba la cara de su acompañante era algo así como confusión, ira y… ¿envidia? Parecía que su amiga sugería que dejara las cosas como estaban. Pero aquel comentario no le bajó el ánimo. Había visto tantas veces como muchas personas eran incapaces de resolver las cosas, desechaban relaciones como si fueran objetos, como si todos fuéramos reemplazables. Para ella, las cosas no funcionaban así. Hacía falta valorar la situación y ver si vale o no la pena seguir construyendo algo. Con su padre aprendió que no tenía sentido, y lo dejó ahí. Pero sabía que había personas que no eran como él y que, por otro lado, tenían un buen espacio para trabajar y resolver. Después de todo, su amiga no comprendía por completo la relación, no era su culpa. 

Cuando finalmente llegó al lugar respiró. Era como llegar a un lugar que estaba diseñado justo para ella.  De alguna manera siempre era el centro de atención y miradas. Era esa forma de caminar con ligereza y despreocupación. Hacía tiempo había llegado a la conclusión que las personas podían ver qué había en ella: una mujer con una historia triste, pero con unas inmensas ganas de salir adelante. Era el ejemplo personificado de que, si uno se esfuerza, puede sobrevivir a lo que sea. 

Al entrar al lugar trató de no buscarlo con la mirada en seguida. Se encontró con otros amigos y platicó de forma natural. Su seguridad casi maníaca le ayudaba a bailar como si nadie mirase, o todo lo contrario, como si todos la estuvieran mirando con un profundo deseo y satisfacción. Sabía perfectamente que, si él la llegaba a ver a lo lejos, no se podría resistir. Nunca se resistía a verla bailar así y ella lo sabía perfectamente. Ese era su escenario, y ella creaba cada escena.

Se tomó varios tragos de alcohol, se puso una supuesta ingenuidad encima y caminó con toda seguridad a buscarlo, sin dejar de sonreír de una forma que adivinaba una pizca de preocupación. Lo vio a lo lejos y sus miradas se cruzaron. Sus ojos, a los cuales estaba tan acostumbrada, parecían brillar y suplicar por un perdón y reconciliación. Ese mero instante la transportó al día en que se conocieron por primera vez y ambos sonreían tontamente tratando de ocultar un deseo desmedido. Aún desde lejos podía casi oler la química que había entre ellos. Habían sido apenas un par de semanas infinitas desde la última vez que se habían visto, y por fin lo tenía de frente. Justo el día anterior le había enviado un mensaje recordandole todo su amor y la gran relación que habían construido. Si, ya todo estaba bien. Corrió para abrazarlo y dejar por fin todo atrás, cuando unos brazos extraños la jalaron hacia otra dirección agresivamente de golpe. Todo se revolvió en su cabeza cuando escuchó que su novio de tantos años gritaba que por favor alguien le llamara a la policía y se la llevaran de su vista de una buena vez. Algo más le gritó, pero ya no logró entender nada más…

-Blueberry

Microrrelato:

Trágicamente logró darse cuenta, después de tanto, que no existía algo más que le regresara el aire y la vida, mas que él mismo. Ni las risas vacías, ni las pseudoparejas, ni el alcohol, ni la soledad. Todo era superficial y no bastó. Tuvo que decidirse y confrontarse con su propia historia. Ahí fue.

-B